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19 septiembre 2010

Ficciones / Right Here


Un viejo relato que publiqué hace años en otro blog y que ahora recupero.

El bar estaba vacío, pero en la primera mesa se sentó Verónica, frente al grupo, de piernas cruzadas, fumaba un Camel y volteaba hacia atrás constantemente. Salvo Walter, de la calle 35, que curiosamente llevaba una trompeta bajo el brazo, el barman del lugar y la banda, no había nadie más. Al terminar la primera ejecución con esa última nota larga y melancólica lo supe: la había sacado de algún viejo albúm de blues que no podía recordar. Era una melodía que traía pegada desde la infancia.

Verónica me miró, me hizo una seña. Ya no había manera de que llegara más gente. Eran las nueve y media y llevábamos una hora de retraso. Verónica dio un trago a su whisky con agua mineral y hielo, me miró con ojos compasivos. Voltee a ver a Cuzo sosteniendo el contrabajo. Me miró, ¿qué sigue?, dijo.

Jimmy, el dueño del bar, llegó en ese momento, cruzó a toda prisa desde la puerta principal acercándose a nosotros con decisión, tal vez quiso disculparse o cancelarlo todo. A Jimmy le hubiera gustado tocar jazz, pero en lugar de eso tiene este espacio donde normalmente programan grupos de rock, que atraen más gente.

Di una ligera indicación a Cuzo, y Boris, con un remate potente en la tarola, empezó a tocar. Cuando me llevé el saxofón a la boca sentí ese agudo dolor en el estómago del que parece siempre provenir todo. La primera nota vino de ahí, la escala llegó sola, y las variaciones se las debo a la casualidad y al hecho de que juntos podemos improvisar a gusto.

Verónica cambió su manera de verme, pudo ser el hecho de que se bebió media botella de Jack Daniels, pero tal vez su renovada apariencia se deba a que escuchó lo que desde hace tiempo había querido decirle. El jazz en todo caso es música para pocos oídos. El nuestro además es estruendoso y melancólico. Eso se debe a mi tendencia a tocar escalas de blues, la música que escucho desde niño. Tocamos por placer. No puedo describir lo que sentimos. En el caso del jazz ácido que hacemos es el resultado de nuestras influencias, no puedes evitar que la calle se refleje en ti, los asesinatos, el amor en las esquinas, también tú te sorprendes de pronto caminando en un callejón oscuro y quieres voltear atrás, pero no lo haces, sabes que vas sólo y que al final del callejón sólo hay otro callejón… Tal vez sólo se trata de pintar con las notas el paisaje existente, volverlo sonido dándole color…

Así nació “Right Here” en ese bar semivacío, sin presiones. Walter se integraría más adelante. La gente también se iba a enterar de lo sucedido aquella noche. No parece tan importante, ahora hay otras canciones, pero ese fue el inicio del cuarteto y yo, al ver a Verónica sentada frente al grupo lo supe, fue como un flashazo. No importaba en dónde estuvieran los demás, nosotros estábamos en el lugar correcto.

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