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17 febrero 2016

La palabra en la presuposición del acto / Claudia Castellucci

Intro

Por Vidal Medina

La dramaturgia es una escritura destinada a ser habitada; es una escritura escindida donde hay vacíos, silencios y volúmenes. ¿Cómo encontrar el punto en donde sea la arquitectura la que ordene el material? ¿Dónde necesitamos luz, qué espacio recóndito vamos a habitar? Hay que encontrar huecos entre palabra y palabra para que sean habitados por la mirada y el cuerpo del actor, hay que dotar de sentido a las palabras en la relación con el otro actor, sobre todo, pero no únicamente, también respecto al propio espacio personal, a lo invisible; hay que aprender a ver y sentir entre las palabras los ecos del pasado y de lo que somos, aquello que nos habita, y después hay que dejar que esas cosas vibren en el espacio, que resuenen en el cuerpo silencioso, donde la mirada y la respiración ocupan el espacio. La palabra en el teatro tendría que ser la irrupción de un silencio significante, tendrían que ganarse su lugar en el espacio y adquirir la espesura de las cosas.

La palabra en la presuposición del acto (Fragmento) Por Claudia Castellucci

Las literaturas en prosa, poéticas y épicas no pueden ocupar un lugar en el teatro por una razón muy simple: ya poseen estancias en su interior, así que, colocadas dentro de la estancia general del teatro, acaban por encogerse hasta sucumbir, pues el teatro las engloba. La prosa, la poesía y la épica sucumben por su incapacidad de dominar la arquitectura pública. La poesía, en el teatro, malversa, porque se dedica a saturar todos los huecos y todos los cuerpos: escenario, platea, pasillos, techos, servicios, cimientos. Las palabras poéticas, al propagarse de tal guisa, se dispersan y no logran tomar un sendero seguro en el bosque con el que se han topado y después extraviado. El bosque las domina. La arquitectura las destroza. Su riqueza interior e interna, su métrica, se vuelven, finalmente, análogas –por la gran cantidad de senderos abiertos y después abandonados- a un urbanismo hiperseñalizador. La poesía y la prosa en el teatro son inexorablemente urbanas e hiperalfabéticas. Lamento decirlo, pero la poesía en el teatro interpreta el papel de estúpida. No es bonito. Se trata de una gesticulante ejercitación demostrativa del alfabeto. En cambio, la escritura dramática, al tener una íntima conexión con la arquitectura pública, domina el orden habitativo del teatro.

La escritura dramática, debe ser, a mi parecer, pobre y desmadrada. Pobre en sentido clásico, es decir, dotada de una riqueza interior tan copiosa como para resultar suficiente para sí misma y vestida de nada más: desnuda. Y desmadrada en un sentido ligado a su raíz: la madre, que, en virtud de su inmovilidad –la estática arquitectónica- pone en marcha los movimientos de la entrada y la salida. Principio hidráulico y termodinámica tienen que ver con la escritura dramática, así como con la arquitectura. Y la estatua y el actor son las figuras principales de esta relación. Hay que fijarse mucho en la estatua y el actor para escribir los pasajes del drama. La escritura dramática es la escritura del acto que se cumple, por lo que tiene una relación precipua y exclusiva con el presente, que es la realidad que estrecha a actor y espectador reunidos en el teatro. Las palabras que se proclaman son precursoras del acto, sin nombrarlo o describirlo. Por eso la escritura dramática, si inaplicada, carece de fundamento, pues falta el acto que engendra la palabra, así que queda como una puerta sin bisagras. La palabra dramática es la verificación del acto, y ningún sucedáneo de este (como las notas de dirección o la descripción de las acciones) puede devolver la potencia primigenia que deriva de la conjunción entre palabra y acción. La palabra dramática se realiza en el acto, que es el gran ausente de la escritura, el eje ilegible, pero cardinal, en torno al que ruedan todas las palabras.

Tomado de: Los peregrinos de la materia. Teoría y praxis del teatro. Escritos de la Societas Rafaello Sanzio. Ed. Continta Me Tienes. Madrid, 2013.