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22 mayo 2020

Revolución, esclavitud y cyborgs, o el virus del fin del mundo




Hace pocas semanas, mi hijo, quien tiene sólo 12 años, me dijo que estábamos viviendo la segunda revolución mexicana, a eso agregó que China será la próxima potencia económica que nos esclavizará a todos, y remató su exposición afirmando categóricamente que dentro de 100 años sólo los cyborgs poblarán el mundo.

Revolución, esclavitud y cyborgs. Los traduzco como: desobediencia social provocada por la desigualdad económica, vigilancia extrema y avances tecnológicos. 

Recordé las ficciones distópicas de Ray Bradbury, Farenheit 451; y de H. G. Wells, La guerra de los mundos; narrativas que daban cuenta de los totalitarismos del siglo XX y que de alguna manera regresan al imaginario colectivo en este segundo decenio del XXI.

Por otro lado he advertido, en charlas con distintas personas y en mis talleres de dramaturgia, que hay una plaga de sueños apocalípticos. Muchas personas están soñando con el “fin del mundo”. Se trata sin lugar a dudas de un “virus” inoculado a través de las pantallas de cine y de televisión: películas como Los juegos del hambre parecen dar cauce a la insatisfacción a través de ficciones en las que los oprimidos luchan contra sus opresores en guerras encarnizadas y mediáticas.

No podemos negar que hay insatisfacción social, injusticia y muchos muertos en México, (Por violencia principalmente) pero es sintomático que no estemos imaginando soluciones alternativas a estos problemas, sino una revolución o el derrocamiento del gobierno.

El capitalismo salvaje es el enemigo a vencer, pero en lugar de imaginar economías emergentes estamos pensando en levantamientos armados, y eso es preocupante.

En México hay muchos muertos y desaparecidos, pero también hay reclamos por ello; hay injusticia, pero también cuestionamientos al sistema judicial. La impunidad es vasta, pero también es evidente que ya no permanece oculta. Hasta hace unos años en Monterrey las personas que marchaban contra la inseguridad se contaban por cientos. Hoy suman miles.

Esto evidencia que algo ha cambiado ya. Hay un cambio de conciencia. El poder de organización es mucho mayor que antes gracias a las redes sociales, aunque las redes bien puede volverse en algo inocuo y vacío, sin embargo, bien utilizadas, pueden ser herramientas de organización social.

El cambio de paradigma es también es una consecuencia de las leyes de la física. En mecánica existen pesos estáticos y dinámicos. Los pesos estáticos están en reposo; un peso dinámico, por ejemplo, con el tiempo puede vencer la base que lo soporta. Algo así nos está pasando. Ya no soportamos más el peso de las desigualdades sobre las que están sostenidas la economía y la política.  

Pero también es cierto que las marchas no solucionan los problemas.
Si ser artista es pertenecer a una élite dotada con oídos para escuchar el canto del universo, como apunta Joseph Campbell, es también urgente que asumamos que el teatro que hacemos no puede seguir separado de la naturaleza, de los problemas sociales ni de las comunidades más vulnerables.

También tendríamos que practicar y generar economías emergentes para estar realmente en resistencia respecto al capitalismo más salvaje, esto implica también nuevas formas de producción del arte.

¿Cómo nos vamos a relacionar con quienes han crecido en un entorno violento y tienen instalado el chip de la revolución armada? ¿Cómo, después de años consecutivos de violencia y desigualdad vamos a plantarnos ante la sociedad para contarles una historia? ¿Qué historia les vamos a contar y desde dónde?, ¿cómo relacionarnos con los jóvenes supervivientes de las guerras de pandillas y cárteles, o con los familiares de las víctimas por atentados o desapariciones? y por último, pero no menos importante, ¿qué es la rebeldía actualmente? o más bien, ¿qué debería ser?

En nuestra relación con esas preguntas y en las respuestas que demos a ellas a través del arte, es que podremos darle la vuelta a las narrativas del fin del mundo, y hacer posible todavía la ficción en este siglo.