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23 agosto 2013

El artista proletario

Las formas políticas, las naciones cambian, pero la vida de los hombres con sus exigencias permanece eternamente la misma. -I Ching

Se necesita arte para hacer humanamente practicable lo que es políticamente justo. -Bertolt Brecht.

Estas reflexiones surgen luego de una sesión de trabajo en el taller Walter Benjamin: filosofar a partir de la literatura y el arte, que imparte mi amigo y filósofo Tirso Medellín en la Casa de la Cultura de NL. En dicha sesión leímos el ensayo El autor como productor, escrito por Benjamin en París, un mes de abril de 1934, hace casi ochenta años.

El contexto político en el cual Benjamin escribe esta ponencia es durante el apogeo de Hitler en el poder y la ascensión del fascismo como sistema de gobierno en Alemania. Los artistas de izquierda que pululan se dicen revolucionarios y se presentan como “mecenas espirituales” del proletariado. Su conciencia es una conciencia de castas, de clase; pertenecen a la clase intelectual de izquierda pero permanecen pasivos en la operancia política. Muchos se contentan con hacer de la miseria humana un objeto de consumo, cómodo y hasta divertido, para el sostenimiento de la clase gobernante.

Benjamin escribe sobre las características de los escritores socialistas en resistencia al fascismo, pero sus reflexiones rebasan el trabajo del escritor y se expanden a la actividad de todos los artistas, sean músicos, fotógrafos, actores, o directores de cine.

De todas las características que enumera, una de las más importantes, desde mi punto de vista, es la reflexión de los artistas sobre el papel que ocupan en el proceso de producción en el momento en que producen sus obras, cito:

Mientras el escritor experimente sólo como sujeto ideológico, y no como productor, su solidaridad con el proletariado, la tendencia política de su obra, por más revolucionaria que pueda parecer, cumplirá una función contrarrevolucionaria (…)El lugar del intelectual en la lucha de clases sólo pude ser establecido –o mejor, elegido– con base en su posición dentro del proceso de producción.

La presente reflexión va encaminada a pensar en alternativas de acción para producir y exhibir nuestras obras en espacios alternativos o no convencionales y fuera de los presupuestos estatales. Es decir, va encaminada a hacernos pensar en nuevos medios de hacer llegar nuestros objetos artísticos a la sociedad y además trabajar en conjunto con esa misma sociedad.

Los presupuestos para cultura, los premios y las becas que existen, si bien son logros de la comunidad artística, legítimos, son, y lo serán cada vez más, insuficientes para cubrir la demanda de empleo de los recién egresados de la universidad y los artistas en activo. Difícilmente el Estado cubre las necesidades básicas como seguridad social o créditos para vivienda, ya no digamos de los artistas, aunque principalmente me interese por razones obvias en ellos, sino de muchas generaciones de jóvenes y adultos que no encuentran opciones de trabajo digno dentro de lo que el sistema oferta. Por si esto fuera poco, nos enfrentamos con un sistema corrupto en el que los funcionarios de alto nivel velan más por sus intereses personales que por hacer un uso adecuado de los recursos públicos. Son unos parásitos, y todo parásito se consume a sí mismo y al sistema que le da vida, como un cáncer.

Muchos artistas quedamos fuera del aparato de producción por largas temporadas. Difícil es vivir del arte, aceptémoslo. Muchos artistas vivimos de dar clases, hacer lecturas públicas de obra, editar, tomar fotos en bodas, etc. La realidad es que tenemos que comer y además tenemos que seguir produciendo, es así. Tenemos distintos roles, somos varias cosas al mismo tiempo, eso precisamente nos define; tenemos la capacidad y la necesidad de ser politécnicos para sobrevivir.

Hablando con una bailarina y maestra de danza contemporánea me dice que el 80% de los egresados no ejercen su carrera. Bailarines, y también actores, en lugar de bailar, dar clases, actuar o montar obras, en lugar de sumarse a las filas de quienes producen arte, sobreviven vendiendo tacos o trabajando para cadenas de marketing. Este tema es realmente preocupante. Del porcentaje que resta, es decir del 20% de los egresados que sí se dedican a su carrera, un 10 o 15 % emigra al Distrito Federal en busca de oportunidades de trabajo. Es decir que en Monterrey sólo queda un 5% activo. Expandiendo aún más el fenómeno, me atrevo a decir que muchos estudiantes de las carreras de humanidades y artes parecen estar perdiendo el tiempo y además pagan por eso. A todas luces para el aparato productivo local, llámese universidad o estado, salimos sobrando, ¿qué podemos hacer?

Para salir de la encrucijada en la que nos encontramos inmersos, tanto egresados de las carreras de arte como muchos artistas en activo, habría que tomar en cuenta esa proposición de Benjamin según la cual el artista debe asumir su papel dentro del proceso de producción y buscar otras formas para producir y exhibir sus obras.

El artista, como cualquier otro trabajador o ciudadano, no se puede eludir de su contexto social, económico y político, y hay que señalarlo. Sin una toma de conciencia acerca del papel del artista dentro del proceso productivo es imposible que haya arte revolucionario -ya habría que perderle el miedo a este título-. Por revolucionario me refiero a una praxis artística eficaz, políticamente eficaz, quiero decir. Se darán cuenta que no hablo de éxito artístico, sino de eficacia artística. La eficacia pasa sobre todo por las formas en que producimos obras actualmente, los espacios en las que son exhibidas y los espectadores que las contemplan; pasa por la operación real de cambio de las viejas y rutinarias maneras, cómodas, para seguir creando. (No por tener una beca por un año o tres, dejaremos de ser pobres, aceptémoslo); pasa por como reconfiguramos el arte que hacemos para hacer que cambie su función. Bertolt Brecht le llama la refuncionalización del arte, es decir que el arte puede servir para otras cosas además de para las que habitualmente pensamos que sirve; por ejemplo: para construir nuevos espacios de reflexión y crear espectadores, y también para generar nuevos modos de producción que hagan posible nuestra vida en este mundo.

Es hora, se llegó el tiempo de asumir todos esos roles que actuamos y todo lo que podemos ser, es decir, asumir nuestra posibilidad politécnica, todo con miras a un solo fin: resistir al totalitarismo de los monopolios y la corrupción que tenemos encima y, al mismo tiempo, hacer posible una sociedad mejor.

Somos nosotros y las generaciones futuras quienes llevaremos a cabo las transformaciones que hacen falta para cambiar al mundo, sí, cambiar al mundo, no nos podemos separar del carácter utópico de la enseñanza y de la producción artística; no nos podemos alejar de la responsabilidad que tenemos los estudiantes, los artistas y maestros, los políticos y burócratas, en la conformación de una sociedad mejor, hacer eso sería renunciar a nuestra capacidad de ser hombres y mujeres éticos y políticos; sería renunciar a la posibilidad de un mejor futuro; sería, en pocas palabras, renunciar a aquello que nos conforma y nos identifica como seres humanos, ávidos de cambio, de mejora, de felicidad y con todo derecho a ello.

Este artículo apareció en el blog de Milenio "Monterrey visceral"