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12 junio 2023

Memoria y violencia en el teatro regiomontano

 




Algunos alababan la obra y otros al maestro de la obra

-Gotthold Ephraim Lessing



La gente pocas veces, después de haber estrenado una obra, se acerca para decirme, “oye, ¿sabes qué? tu obra me gustó pero podrías mejorar estos aspectos”. Las personas normalmente me felicitan o simplemente se quedan calladas, lo cual puede interpretarse como que la obra no les gustó o que no les gusto yo, en fin, que sabemos que existen silencios incómodos que por falta de tiempo no se convierten en críticas, quiero creer. 


Agradezco mucho que una persona se tome el tiempo de escribir una crítica de mi trabajo cuando lo ha visto o leído. Eso hizo Lessing, quien ejercía el oficio de dramaturgo, pero se convirtió en crítico profesional al escribir sus opiniones sobre la estética del teatro alemán de su tiempo en un libro llamado El Laocoonte. Así pues, asumiendo que una crítica no es un juicio de valor sobre la pieza observada ni sobre el artista que la hizo, sino un análisis de sus componentes, aquí van mis apreciaciones sobre las tres obras que pude ver en el 33 Encuentro Estatal de Teatro de NL la semana pasada.   


1. 

En la inauguración se presentó un emotivo homenaje a los decanos Mirna Kora (Q.e.p.d) y Virgilio Leos, bajo la dirección de Mayra Vargas y Elvira Popova, quienes llevaron a escena Las ruinas de la memoria un texto de Luis Guerrero que pone el foco en la pérdida de la memoria real, no metafórica, que aqueja a personas de la tercera edad con demencia senil.


Sin memoria somos cuerpos vacíos, moldes huecos. Por ello la memoria es igual que la vida espiritual, ya que produce imágenes de lo que fuimos y ayuda a construir lo que estamos siendo. Un texto inmejorable de Luis Guerrero para rendir un merecido homenaje a dos grandes figuras de la escena local. Por otra parte, qué mejor homenaje para un actor de tan amplia trayectoria, como Virgilio Leos, que tener la oportunidad de verlo en acción y activar así los mecanismos de la memoria viva. 


El Mtro. Leos interpreta a un hombre cuya memoria, caprichosa y obsesiva se ha instalado en un eterno presente que a la vez oculta el dolor de aquello que no debe recordar o que recuerda bajo otro nombre: la culpa. 

La Mtra, Mirna Kora (tristemente fallecida hace muy poco) se hace presente en su voz, al contar con el registro vocal de ensayos y lecturas de texto y de esta manera hacer posible su presencia-ausencia y así interactuar con el actor de ochenta y pico de años. La culpa y el amor que esta pareja de ancianos comparte son representados por el olvido en él y la memoria en ella. Un insoportable bucle temporal que va mermando su comunicación cotidiana. 


También es llamado a escena Luis Guerrero, el ya citado autor de la obra, en un doble rol entre el personaje del nieto y el de técnico asistente, pero con una función dramática disminuida en favor de las resoluciones técnico-escénicas. En algún momento, al ser mínimas las acciones en escena, la obra se torna estática. Pronto la atención se concentra en escuchar atentamente el texto. Se compensa un tanto el desequilibrio con la dinámica visual de las pantallas y los videos. Al final la obra da un giro inesperado y melodramático que saca al espectador del bucle y lo instala de golpe en la resolución del conflicto. 


Cabe señalar que en otras obras de Luis Guerrero, como Los Payasos, también se recurre al melodrama, lo cual ya apunta a una cualidad estilística del autor. Un merecido y emotivo homenaje a dos grandes personalidades de la tradición teatral regiomontana cuya memoria, gracias a este montaje, se conserva viva.


2,

La violencia ha estado presente en Monterrey de manera aguda al menos desde hace catorce años. Entre 2009 y 2011 se instaló definitivamente como un cáncer y poco a poco fue carcomiendo el tejido social y acabando con años de convivencia pacífica, sin lograrlo del todo, pero dejando al miedo como un fiel acompañante de toda salida nocturna. 


La guerra nunca se fue y todavía vivimos sus efectos, que ahora se notan más en las generaciones de jóvenes. No hemos hablado lo bastante de violencia, feminicidios e inseguridad de tal manera que hayamos generado un cambio o podamos hablar de conciencia social.


Pero ahora también el teatro está viviendo su catarsis y despojándose del miedo a tomar la palabra para hablar de los problemas de su tiempo en lugar de quedarse en la cómoda posición del teatro burgués-conservador que a tantos gusta y que tan bien se vende, pero que no denuncia.


La forma en que la violencia es entendida, vivida y por lo tanto narrada en el teatro, es distinta en cada creador y da cuenta de la posición desde la que se ejercen los discursos y se hace uso de la voz y para qué.


Por un lado habrá quienes hagan uso del escenario para que los volteemos a ver, para contarnos algo propio: compartir su dolor y después de muchos años romper el silencio. Este es un teatro que crea comunidad al acercarnos a la persona que rompe todas las barreras personales, familiares y sociales para contar una vivencia dolorosa. Para hacer esto posible hace falta mucho valor, una amorosa compañía y respaldo, un equipo de trabajo y un público receptivo. Este acto valiente y humano es el caso de Cassandra Colis y su 404 not found, un biodrama que toca inevitablemente el corazón de quien lo aprecia al abordar el doloroso caso de un feminicidio, pero lo hace sin melodrama, de manera poética y acompañada por un trabajo audiovisual impecable. La interacción del público es llevada a cabo de manera muy cuidada y con la única consigna de acompañar a la actriz en su doloroso trance y darle recuerdos vividos. Una obra que debería ver mucha gente en este país, y a la que le auguro una larga vida. Los objetos y las imágenes están en su justo lugar y crean su propia fuerza de atracción gravitatoria, como la luna llena.


3.

En un registro muy diferente se presentó Kumbia sumergida. Antonio Craviotto firma la puesta en escena y el incansable Hernán Galindo la dramaturgia. La obra aborda el asesinato del grupo de música vallenata Kombo Colombia a manos del narco hace algunos años. Otra vez aparece la violencia en escena para confirmar que el arte teatral ya se ha despojado de sus tabúes sociales para exponer y denunciar la impunidad y la injusticia.


Con pocos, pero bien manejados, recursos escénicos Cravioto logra crear buenas imágenes y resolver escenas con plasticidad: una estructura de andamios en la que se despliega el trabajo corporal de los actores, un árbol, una pantalla y la música en vivo del grupo El Tigre, y la iluminación son elementos destacados que contribuyen a que el campo visual y auditivo de la obra sea atractivo a pesar de lo fragmentario del texto, que presenta una estructura de tiempos traslapados en los que recrea escenas del secuestro, interrogatorio y asesinato de los integrantes de la agrupación musical y los intercala con testimonios y denuncias de personajes como la mujer policía, cuyo hermano estaba entre los músicos secuestrados. 


En cuanto a las actuaciones, los actores derrochan energía: bailan y cantan al ritmo de la cumbia colombiana pero no terminan por cuajar una interpretación verosímil de sus personajes, tornándose impostados y por lo tanto no creíbles. 

Colonias populares de Monterrey como La Independencia, Sierra Ventana o la Campana, de donde eran originalmente los integrantes del Kombo Colombia, son mencionadas en la obra pero en ningún momento son sustentadas por imágenes en el cuerpo del actor que le den organicidad a la palabra y por lo tanto, verdad.


En este caso el texto y la obra están acorde con su tiempo al reflejar la violencia en el Monterrey popular como lo han hecho la película Ya no estoy aquí, o la obra de teatro Ese Boker en el campo del dolor, de Víctor Hernández.


Kumbia sumergida recrea escenas y denuncia casos pero no revela nada nuevo. Vale como gesto plástico. Es un espejo eso sí, de un problema social que lejos de resolverse sigue creciendo.




Vidal Medina

12-06-2023