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20 diciembre 2014

Los no lugares de la sobremodernidad

El no lugar es lo contrario de la utopía: existe y no postula ninguna sociedad orgánica.

Marc Augé

Los no lugares según el antropólogo Marc Agué, son aquellos territorios de tránsito donde los viajeros y los turistas, los consumidores y clientes, son todos, por igual, simples espectadores de sí mismos, anónimos pero identificados de alguna manera, por sus credenciales, sus tarjetas de crédito o datos fiscales.

Es a modo de un inmenso paréntesis como los no lugares acogen a los individuos cada día más numerosos. Esos no lugares son paréntesis de la comunidad y la pertenencia, de la tradición, la anulan y se convierten en sustitutos, pero no aportan a la integración. Son modelos que se replican en todo el mundo llenándose cada vez más rápido de un mayor número de gente. Caos y aglomeraciones urbanas se llevan a cabo en esos lugares de tránsito donde nadie se conoce ni se importa, donde la indiferencia reina y el tumulto acerca; un lugar de soledades donde somos pasajeros, nuestro éxodo es diario; por cierto tiempo dejamos de pertencer al mundo de los otros para convertirnos en “nadie”, en “yoes” que se contemplan sin posiblidad de ver a los demás, o más bien, viendo a los demás pero viviendo en nuestras cápsulas, nuestras esferas referenciales.

En los no lugares no nos detenemos mucho tiempo, no son nuestro destino: una sala de espera, un corredor muy amplio lleno de escaparates dirigidos a nosotros consumidores; lugares llenos de avisos, textos que nos indican la entradas y salidas, novedosos diseños para señalarnos el sitio destinado a los baños y los teléfonos públicos. Altavoces que anuncian las salidas y los vuelos retrasados, pantallas con horarios. Un mundo anónimo. Lugares de soledad los llama Agué, los no lugares construyen una antropología de la soledad. Otra relación consigo mismo, parecida a la que se lleva a cabo en el fenómenos de las “selfies”. Donde se es espectador de sí mismo y se puede ser espectador de los demás en el mundo virtual. Se puede ser visto por todos. Los no lugares pueden convertirse también en teatros virtuales. Sus postales del instante se vuelven suceptibles de ser relato y de contar las historias en las que somos comunes. Aunque sólo apunten al lado transitorio de nuestros viajes. O a nuestros viajes que completan una agenda para miles de viajeros, en el caso de los turistas. Pero yo no veo la instauración del mal en los viajes turísticos, sino una relación económica necesaria. Los viajes y el comercio siguen siendo los modos materiales de subsistencia del mundo.

Es en la exposición de los signos, en los textos que acompañan al viajero donde se impone una mirada guía, como si el viajero no pudiera descubrir más que aquello que ya se ha descubierto, aquello de lo que ya se ha hablado. Monumentos, recorridos, sitios históricos y los souvenirs típicos de la cudad donde se manifiesta la artesanía y el floclor urbano, la memoria y la tradición del pueblo. Lo que debe conocerse. Esa mirada guía, aún en los no lugares de la sobremodernidad, impera para llevar al viajero a los “lugares de verdad”, a la historia oficial de los sitios visitados.

Los no lugares y la instauración de textos que hacen visible a la ciudad, replican un modelo neo-liberal de los intercambios, que tiene como consecuencia la aparición de sujetos espaciales de invisibilidad: “fantasmas”; edificios e individuos se vuelven invisibles ante la historia oficial deshumanizada. Ausentes, desaparecidos, dramas individuales, y vidas anónimas transcurren en el inconsicente de la ciudad, son su voz apagada, mitos urbanos y leyendas nuevas surgen de la crisis que vivimos. Ya no es sólo la inseguridad, sino la adpatación a nuevas reglas de comportamiento ante el embate de la violencia, el orden incluye negociar con la violencia y aceptarla.

La lucha contra la violencia es un montaje televisado, los noticieros son parciales, las telenovelas están hechas para un hombre y mujer genéricos, el romance y sus estructuras telelvisadas repiten modelos cursis y dramas morales. El bien aparece como la ley, el orden, la violencia reglamentada y por defensa. Se condena el terrorismo y se llama terrorismo a cualquier grupo opositor al sistema, por ejemplo los autodefensas de Michoacán.

La “historia de los vencidos” queda otra vez sin escucharse ante la aglomeración de signos artificiales que construyen la ciudad y los relatos del mundo actual. No sólo el viajero está seguro ante la proliferación de signos que señalan el orden de las cosas, también el sujeto en la comodidad del hogar o en la oficina está seguro, porque las bombas están cayendo en Gaza y no en el Distrito Federal. Sin embargo nada nos dicen de Ciudad Juárez, una ciudad que estuvo en llamas hace apenas unos años, nada se menciona de las ciudades del sur asediadas por terratenientes, ni de las vidas de los migrantes que atraviesan mexico a bordo de La Bestia para llegar a los Estados Unidos. La televisión impone un gusto, y presenta la realidad de manera parcial. Las imágenes se construyen para atrapar la mirada ante el orden de las cosas, no para señalar ninguna crítica, no permiten desviación, imponen un itinerario de la mirada, del recorrido y de las ficciones.