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01 enero 2021

Sobreviviendo al 2020.

Entramos de golpe a una nueva etapa de la humanidad. El encierro que nos impuso la pandemia por un lado incrementó la soledad y la depresión y por el otro permitió que muchas herramientas tecnológicas pudieran ser aprovechadas para seguir comunicados. También hubo una intensificación de las relaciones. Se crearon nuevas interacciones entre personas. Los que eran cercanos se volvieron habituales. La distancia se convirtió en un factor para el necesario convivio en las nuevas condiciones. Aparecieron nuevos agentes y otros se borraron del mapa.


Es como si la nueva y obligada configuración permitiera la creación de patrones en los que, entre otras cosas, se cayeron las caretas de la hipocresía y al mismo tiempo se establecieron límites. Por un lado crecen las posibilidades de ser víctimas de fraude por comprar en tiendas fantasma online, -me pasó-, y por el otro se reducen las posibilidades de mentir. Las verdades florecen en las redes sociales. Nada, ni el fraude, es ocultable.


El 2020 tuvo varias etapas. En un primer período se nos reveló la mortalidad y el miedo ante ella. Se dibujaron arquetipos y comportamientos sociales que nos recordaron a la Edad Media por el tratamiento fatalista por un lado y hedonista por el otro, que se vio reflejado en la gente que se aglomeraba para comprar cerveza y rollos de papel, como si fuesen insumos de primera necesidad en el fin del mundo.


En esa etapa algunos dramaturgos de todo el mundo: El Colectivo Iberoamericano de dramaturgos en Red, nos propusimos re-pensar los cuentos del Decamerón de Bocaccio para escribir obras durante el encierro y solventar con la escritura y eventos en streaming el período más crítico que nos haya tocado vivir. 


Durante estos meses, como muchos de ustedes, dejé de ver a mi familia y mis encuentros se redujeron drásticamente a una o dos personas esporádicamente. Se intensificó el trabajo en casa; las clases y juntas online ocuparon todo mi tiempo.


En una segunda etapa, digamos por el mes de junio, volví a las calles. Comencé por frecuentar a personas que vivían en un radio de 2 kilómetros de mi casa. Usé preferentemente la bicicleta y traté de evitar las aglomeraciones del transporte público. Las vacaciones agudizaron la crisis económica. En este punto muchos tuvimos que reinventarnos. Algunas personas quienes poseían o poseen herramientas técnicas o saben de oficios tuvieron mayor capacidad para sobrellevar la crisis. Ante la reducción drástica de los ingresos, la técnica o la creatividad fueron su salvaguarda. 


Entre mis amigos y familiares, quienes no fueron despedidos sufrieron reducción del salario. Los pequeños negocios entraron en quiebra. En ese panorama el sector cultural prácticamente entró en paro, salvo honrosas excepciones y obviamente la vía virtual y con los pocos apoyos existentes, pero en un contexto de incertidumbre total. Los artistas y la gente que no goza de contrato ni de prestaciones o seguridad social tuvieron y tienen que sobrevivir con las herramientas a la mano y muchas veces con ayuda de amigos y familiares.


El último período de la pandemia, digamos de septiembre para acá, ha habido una leve recuperación económica y también una adaptación progresiva pero muy lenta a las condiciones ideales. Hasta ahora las medidas adoptadas por gobierno y ciudadanía han resultado ser ineficaces. Se siguen tomando decisiones que favorecen a un sólo sector económico en detrimento de muchos otros. En este sentido tenemos que aceptar que tenemos todavía mucho por aprender en la construcción de ciudadanía y de mecanismos para poder influir en una mejor toma de decisiones.


En este 2020 se intensificaron las redes de diálogo y los colectivos de trabajo se definieron como espacios de posibilidad y resistencia. Ya hablé del Colectivo Iberoamericano de Dramaturgos en Red cuyas obras escritas tuvieron un ciclo de lecturas dramatizadas en Atenas y participaron en el Festival Iberoamericano de Dramaturgia del Confinamiento en Caracas, por mencionar solo dos de las experiencias exitosas del colectivo, que este año disparó sus actividades, alcance y número de colaboradores.





En el 2020 también perdimos a familiares, amigos y colegas. Se nos adelantaron en el camino muchos artistas, como mi amigo José Luis Diaz, el genio, o el actor de teatro Fernando Leal, entre muchos otros. Mis condolencias a todas las familias que hayan sufrido la pérdida de algún ser querido este año.


Quienes seguimos vivos nos podemos llamar sobrevivientes del 2020, un año que le cambió la cara al mundo. En adelante nos corresponde pensar en construir mejores condiciones que las que hubo antes de la crisis. Si algo podemos aprovechar de este año, es que al visibilizarse muchas de las desigualdades sociales existentes ya no tenemos pretextos para no abogar por incorporarlas a una agenda que procure erradicarlas.


El que viene para México es un año electoral en el que habrá que trabajar para sensibilizar a los políticos ante la crisis humanitaria y estar muy atentos para no caer en los engaños de sus acostumbradas promesas de campaña.


En tiempos en los que es más difícil ocultar las cosas, tendríamos que habituarnos a participar más activamente en la evaluación a los políticos y sobre todo a sus políticas. Pero ese es también un deseo para el 2021.  


Que el 2021 sea un año para reforzar los vínculos que hemos creado y para sumar fuerzas en la búsqueda del bien común. Que haya salud, trabajo en equipo y fraternidad.


Vidal Medina

01/enero/2021


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