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10 diciembre 2015

La disciplina del dolor y el simulacro

Hay algo terrible en el oficio del autor y del actor de teatro, se parecen más entre sí de lo que creemos, los dos tienen en común que practican un oficio del sufrimiento. Su materia prima es el dolor y también el simulacro. Las dos esferas son terribles. Si me dicen que su camino también es el de la risa, tengo que decir que también la risa es dolorosa.

El dolor y el simulacro exigen demasiado de uno mismo. Últimamente me encuentro con actores cansados de actuar, ya no quieren hacer el papel de otros. Quieren hacer de sí mismos. Y entonces reclaman para sí el papel de autor, o incluso niegan toda posibilidad de hacer algo y de trascender, lo cual también es interesante de alguna manera, pero no para el teatro, porque el teatro es acción y mortificación.

El rol de autor es igualmente agotador, uno tiene que jugar con materiales de dolor y de simulacro todo el tiempo. Es cansado el simulacro del dolor, por eso la tragedia es para pocos.

Cuando trabajo en equipo pienso en actores felices de ser otros, y de conocerse cada vez más a sí mismos, para trabajar en un estado de cosas llevadero.

El teatro no trabaja con la resistencia al dolor, sino con la exhibición del dolor, con su ¿deconstrucción? Artaud hace un llamado a la crueldad porque es el único camino que conduce del simulacro a la verdad en una marcha de regreso, a los orígenes, a lo pre-dramático, a lo trágico. El tragos teatral es el sacrificio. La alquimia artística que buscaba Artaud requiere la transmutación de los elementos. Los Castellucci (Romeo y Claudia) son peregrinos de la materia por el mismo motivo; es la materia la que hay que sublimar para transformarla en oro, sólo así se accede (por medios subversivos a la religión) al espíritu.

Se puede llegar la trasmutación alquímica del cuerpo en su doble metafísico a través de la mortificación de la voluntad. También el cuerpo es un objeto y como otros materiales hay que encontrar su sombra, su doble, su broma sin final feliz. Ahí está el horror, ahí se esconde la belleza. Ese es el camino que propuso Artaud y que los Castellucci han estado siguiendo con disciplina, digamos, militar.

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