La obra plantea una sociedad en la que el asesinato es una práctica institucionalizada. Cada 100 días dos familias deben elegir por votación a uno de sus miembros para ser “víctima” o “ejecutor”. Dentro de este planteamiento la obra crea situaciones inverosímiles para contarnos una historia absurda y violenta.
Los personajes de la obra son exagerados, así como las situaciones en las que se rompe toda lógica realista para subrayar rasgos sexuales y cómicos que provocan risa en los espectadores, pero que en muchos casos se nos antojan gratuitos.
La dramaturgia es un esperpento, convenimos, por los rasgos grotescos y su deformación de la realidad, pero parece entretenerse demasiado en presentarnos situaciones chuscas sin ir al fondo del asunto que es la vida de Sara y de su familia. Después de media hora, un poco más, un poco menos, la obra empieza a centrarse en el meollo del asunto y el caso específico de Sara, quien es miembro de una familia de cinco hermanos, además de ser su sostén económico y a la que sin embargo elegirán para ser sacrificada.
No encontramos en los personajes un peso dramático específico, ni tampoco algún guiño que nos hiciera vernos reflejados en ellos. Las situaciones son absurdas hasta el hartazgo, y provocan risa, pero hasta ahí.
Sara dice dibuja una sociedad tomada por la locura, en la que el amor, la compasión y toda humanidad es deformada para presentarnos una caricatura de la realidad. El planteamiento es interesante, pero nos hemos sentidos bastante distanciados de este trabajo, que no ha terminado por cuajar del todo en su dramaturgia.
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