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05 diciembre 2011
Frente al espejo
Estoy sólo frente al espejo. No tengo palabras. No puedo expresar nada. Hay un espejo y estoy yo. El reflejo veo, pero ese no soy yo. Algo se ha agotado prematuramente. Tal vez la razón, puta. La puta razón. Estoy inmóvil y necesito un café. Tal vez sólo necesito salir de aquí. Estoy frente al espejo, lo repito hasta el cansancio porque ese de ahí ya no soy yo. Espero que alguien toque la puerta.
Me han echado de mi casa. No empaqué, me iré así como vine, sin nada. Entonces ¿qué estoy esperando? No lo sé, espero que alguien toque a mi puerta.
Afuera me esperan. No imagino la verdadera causa de este acto de cobardía. Ayer todavía la pasábamos bien. Es una venganza y sin embargo me siento culpable. Recordé que aún soy joven aunque asomen canas en mi pelo. Recordé que a pesar de todo lo que me esfuerce, no lograré arrancar una palabra más a mi imaginación, que tengo que representar una comedia todavía, la mía propia, que tal vez salga a la calle vestido de payaso. Eso haré. Ahora lo hago. Busco las mejores ropas. Abro el clóset y busco la camisa más vistosa, los pantalones más cortos o más largos, el saco roto y sucio, la peluca de rizos o ese estrafalario gorro verde que usamos en las fiestas navideñas.
Me iré sin zapatos, para qué quiero zapatos. Siento una enormes ganas de quedarme, de echarme a la cama y descansar y olvidar por un momento que estoy aquí a punto de salir para no volver jamás. Que tengo que irme y salir a la calle, con todas mis penas, a buscar un cuarto para echar los huesos por las noches, para resguardarme de la lluvia.
Afuera llueve a torrenciales, el abrigo lo dejé en la otra casa, de la primer casa que salí. Aquí no tengo nada. He aprendido que no hace falta llevar nada consigo. Que es mejor no llevar nada para no cargar nada cuando te vayas. He aprendido a odiar a la gente. Yo sé que eso no es algo bueno pero he aprendido a odiar a la gente. Antes me odiaba a mí mismo por los errores que cometo. Ahora no, ahora le echo la culpa de mis errores a la gente que me rodea. Hago uso de ese pensamiento adolescente de echar la culpa de todo a los demás. Es mejor así, te desquitas de todo el coraje que llevas en el pecho. Gritas un poco, berreas, golpeas la mesa con bastante fuerza y clavas la mirada en algún punto ciego. Tiene que parecer cierto todo lo que dices, tienes que decir que nadie te entiende y que todos están en contra tuya. Entonces, los que están enojados contigo, de pronto cambian su rostro, abren sus ojos, bajan la mirada, callan. Los perros callan cuando uno se humilla delante de ellos. Gustan de la humillación ajena todas esas perras. Las mujeres especialmente, están ansiosas porque uno les pida disculpas porque están obesas o son estúpidas y yo lo hago, les pido disculpas porque son horribles o nada más porque son insoportables, vulgares, idiotas y además vanidosas, orgullosas de mierda.
A veces me dan asco. Pero es cuando les pongo demasiada atención. Por lo general procuro no verlas demasiado a los ojos. Me voy. Antes acerco la silla, lentamente pinto mi rostro con el maquillaje blanco. Hay alguien que me espera en otra casa, me recibirá con los brazos abiertos, no tendremos nada de qué hablar pero me recibirá como si tuviéramos cosas qué decir, me sentaré en la mesa de mi querido amigo, tal vez me invite una cerveza o un cigarro. Me sentaré y beberé sin prisa, tal vez el tampoco tenga prisa y entonces no importará, podremos sin decir nada estar sentados bebiendo, por largo rato, tal vez mencione algo relacionado con el caso, tal vez en algún momento le diga que me he quedado sin hogar, sin aspavientos lo haré, el es un amigo, no voy a lloriquear delante de otro hombre. Lo hago frente al espejo, pero no lo haré con él. Sólo lo diré de paso, que no se sienta que estoy sin un clavo. Le diré que ya que la cerveza se ha terminado, tengo que ir a la calle. Entonces me invitará a quedarme en su casa. Yo diré, enseguida, que si está seguro, yo no quiero ser una carga para los demás, además tengo que buscar trabajo y techo. Pero por supuesto, agradezco su atenta invitación y además el clima, es verdad, el clima es tan malo hoy, que cosas, ¿no? El invierno ha llegado antes de lo esperado. Salir así a la calle es como esperar el fracaso. Tiene razón en todo lo que dice. Sólo serán unos días, mientras pasa el mal tiempo. Él sabe que no miento. Me creerá como siempre me creen todos. No llevo gran cosa, solo lo que traigo puesto y una pequeña maleta de maquillaje. En este punto el estará avergonzado. No se atreverá a preguntar por el dinero, no me cobrara la deuda que tengo. No dirá nada. Tal vez bostece y se vaya a dormir o me tienda unas sábanas limpias y me ofrezca de cenar. Eso hará tal vez, mientras tanto tengo que ir a recoger mi tiradero. Nadie tocó a la puerta todavía.
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