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09 marzo 2010

Roland Barthes / La asimbolia


El gran pensamiento testamentario de la antigua crítica: hay que respetar la “especificidad” de la literatura y de destruir la literatura como realidad original.
Sin duda la lectura de la obra debe hacerse al nivel de la obra; más, por una parte, no se ve cómo, una vez establecidas las formas, podrías evitarse el encontrar los contenidos, que vienen de la historia o de la psiquis, en suma, de esos otros lados que la antigua crítica no quiere por nada del mundo.

Para esa crítica, parece, se trata de defender una especificidad puramente estética: quiere proteger en la obra un valor absoluto, indemne a cualquiera de esos otros lados despreciables que son la historia o los bajos fondos de la psiquis: no quiere una obra constituida, sino una obra pura a la cual se evita todo compromiso con el mundo, todo casamiento desigual con el deseo. El modelo de ese estructuralismo púdico es lisa y llanamente moral.

A propósito de la literatura, di que es literatura. Esta tautología no es gratuita: al principio de finge creer que es posible hablar de literatura, hacer de ella el objeto de un habla; pero esta habla termina bruscamente, puesto que no hay nada que decir del objeto salvo que es él mismo. Lo verosímil crítico va a parar, en efecto, en el silencio, o en su sustituto: la charla.

El antiguo crítico es víctima de una disposición que conocen bien los analistas del lenguaje y que llaman la asimbolia: no puede percibir o manejar los símbolos, es decir las coexistencias de sentidos: la función simbólica muy general permite a los hombres construir imágenes y obras, no bien sobrepasan los usos estrechamente racionales del lenguaje, esta función en el antiguo crítico, se halla turbada, limitada, o censurada. (Fragmento. Crítica y verdad. Ed. Siglo XXI)

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